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miércoles, 28 de agosto de 2013

La naturaleza y el devenir social y político del país

Es una dolorosa verdad de Perogrullo que el Perú está expuesto a diversos desastres naturales. El fenómeno de El Niño, los friajes, las lluvias y huaycos, así como los sismos, son efectos de la naturaleza que causan grandes pérdidas humanas y económicas e impactan en el devenir social y político.
De aquellos fenómenos recurrentes, cabe destacar El Niño. Una vieja leyenda narra que alguna vez hubo un curaca en las regiones que hoy son Lambayeque y La Libertad y quien tuvo la ocurrencia de modificar la iconografía y los atributos de las representaciones de sus dioses. Poco tiempo después, se produjo un Niño de enormes magnitudes. El curaca fue culpado del desastre, vio perder su prestigio como intermediario de los dioses y, por cierto, fue reemplazado.
Ya en el periodo colonial, el defensor general de indios informó sobre los impactos de las lluvias de 1578 en las economías de los indígenas de Trujillo. Como consecuencia de ello, demandó que se los exonerara del pago de tributos [1]. En el siglo XVIII, Sechura la Vieja fue destruida por un maretazo y el desborde del río Piura, lo que obligó a mudar la ciudad a su ubicación actual.
Ahora bien, debido a su cercanía y su magnitud, son los Niños de 1983 y de 1998, los que motivan las reflexiones de este articulo. En primer lugar, hay que tomar en cuenta que, durante el siglo XX, cuando se empieza a tomar registro de lluvias y caudales de ríos, no había habido un Niño de tal intensidad. Para que nos hagamos una buena idea de su impacto, consideremos que, según Ronald Woodman, el de 1925 ocasionó lluvias en Piura equivalentes al 40% de las que ocurrieron en 1983 para esa misma zona [2].
Si bien El Niño genera impactos positivos y negativos, el comportamiento de sus diversas manifestaciones son distintos en relación con su intensidad. La siguiente gráfica ilustra el impacto de El Niño en el corto plazo. Como es de esperarse, a mayor magnitud del fenómeno, mostrado en el eje horizontal, hay mayores impactos negativos mostrados en el eje vertical, tal como destrucción de carreteras y de puentes, pérdidas de áreas agrícolas, muertes y otros accidentes. En cambio, los impactos positivos se reducen con la intensidad. Por ejemplo, es imposible salir a pescar las nuevas especies porque hay oleaje o bien no se pueden transportar porque las carreteras están bloqueadas; asimismo, los cultivos con mayor resistencia pueden ser arrasados por las aguas.
En el largo plazo, los fenómenos extraordinarios han significado la recarga de acuíferos en la zona norte del país y la ampliación del bosque seco en Piura. Como contraparte, han acarreado una parte significativa del material sedimentado en las represas construidas en Piura y Lambayeque, lo que ha sido favorecido por la deforestación en las partes altas de las cuencas.
El Niño de 1983 tomó desprevenido al Estado y la sociedad. El producto bruto interno sufrió una gran contracción (véase el gráfico adjunto) solo superado por el desastre económico del primer gobierno de Alan García. Se produjo una inflación creció que influyó en la caída de la popularidad del gobierno de Fernando Belaunde Terry.
Se calculan en 3,100 millones de dólares aproximadamente las pérdidas económicas; hubo también muchas muertes. Las ciudades del norte del país, inundadas por semanas, sufrieron un grave y extendido impacto. La Panamericana Norte fue destruida en múltiples tramos.
Debido a su impacto, fue llamado El Niño del siglo y originó la categoría de ‘extraordinario’ en la clasificación de aquel fenónemo. Hasta entonces, la máxima categoría era ‘fuerte’.Apenas 14 años después, otro Niño de similar magnitud volvió a ocurrir.
Es importante hacer notar que no hay un Niño igual a otro: con el de 1998 no hubo sequía en el altiplano, mientras que en Tumbes y La Libertad llovió bastante más que en 1983. Asimismo, este otro Niño impactó a Ica. Otra diferencia notoria es que el de 1998 estaba anunciado desde finales del verano de 1997.
Las precipitaciones fueron similares, así como el monto de las pérdidas, aunque más infraestructura expuesta en el 98 que en el 83. El número de muertos también aumentó.
La fracasada estrategia fujimorista
fenomeno05El Estado peruano tiende a desestimar las malas nuevas. En aras de la tranquilidad pública, se suele acusar o difamar al mensajero, en lugar de atender al mensaje. De hecho, el autoritarismo de un gobierno puede medirse en el grado de maltrato a los portavoces de malas noticias. Con El Niño no hay una la excepción, especialmente porque se sabe poco acerca de él.
Lo primero su negación por parte de las esferas públicas (en particular, las influenciadas por actividades económicas a la vez sensibles al Niño); lo segundo fue su relativización. A fines de 1997, ya con el fenómeno a cuestas, se llegó a decir que ya se había alcanzado el pico durante el invierno de 1997 por lo que, al estar las aguas más frías, el impacto iba a ser menor.
Alberto Fujimori, que consultaba más los institutos de investigación japoneses y a la National Oceanic and Atmospheric Administration (NOAA) antes que a los peruanos, preparó una fracasada estrategia política que consistía, al igual que el curaca norteño, en presentarse ante la ciudadanía como el que arreglaba todo, como un gobernante insustituible que repartía personalmente las órdenes en todos los niveles [3].
Ello resultó en un fracaso, ya que se cometieron diversos errores. El más notorio fue tomar como plantilla de ocurrencia el Niño de 1983. Asimismo, ordenó excavar excesivamente el cauce del río Piura. Con esta medida, se expuso los pilotes del puente, el cual finalmente colapsó en un momento en el que decenas de personas transitaban sobre él. Además de ello, se derrumbó un puente recién instalado en Lambayeque y se produjeron los desbordes de Tumbes, Piura, Ica (aunque de menor magnitud que los aniegos de 1983) así como la inundación de la hidroeléctrica de Machu Picchu. En el INDECI, campeaba la corrupción. En la pesca, la decisión de mayores capturas de jurel, caballa y en especial sardina llevó a que estas especies reduzcan fuertemente su disponibilidad en los años siguientes. Se trataba de una estrategia enfocada exclusivamente en trabajos, notoriamente improvisados, de ingeniería civil.
La magnitud del evento desbordó a Alberto Fujimori y a un Estado lento y mediocre, que adolece de una limitada capacidad de comunicación interinstitucional y de un grosero centralismo que se ahonda frente a desastres de tal magnitud.
Cuando era evidente que el enfoque inicial de Fujimori no estaba dando resultados, el INDECI, supuesto promotor de la movilización civil, dirigido nacionalmente por miembros de las Fuerzas Armadas y presidido localmente por los alcaldes, fue ignorado en la primera convocatoria de la secretaria Técnica del Comité de Emergencia y no participó en su conformación.
La tierra tiembla
Los sismos son otro tipo de desastres naturales a los que estamos expuestos. Lima, Ica, Arequipa, Piura, Ancash, Cusco, Moquegua y Tacna, entre otros departamentos, han sufrido simos de cierta intensidad destructora.
Desde el siglo XVI, Pisco ha experimentado cuatro sismos de intensidad destructora. Uno de ellos, en el siglo XVIII, produjo también un tsunami que llevó a desplazar la ciudad a su actual emplazamiento. A diferencia de El Niño, los sismos no puede ser predichos y esto obliga a pensar en un acercamiento diferente en cuanto a la protección de sus efectos. Frente a una todavía débil cultura de prevención, las respuestas se concentran en la atención a la emergencia y en la reconstrucción posterior.
El reciente terremoto en Pisco abre varias reflexiones relacionadas con este tema. Éstas se centran en la demora de la respuesta en la noche misma de la ocurrencia y en el grave error de formar el FORSUR, entidad que no ha hecho sino demorar la remoción y la reconstrucción de las zonas afectadas, tareas vitales para el ánimo político y social de los afectados.
Ahora bien, no deja de ser impresionante el hecho de que, siendo un país altamente sísmico, los políticos peruanos, incluso los de larga experiencia, sean tan ignorantes en cuanto a cómo responder ante emergencias. En lugar de la eficacia y la prontitud, han dominado una vez más el desorden, la inoperancia burocrática y la corrupción desembozada. Sin embargo, es necesario destacar la gran movilización de solidaridad emprendida por los mismos ciudadanos inmediatamente después del sismo, en circunstancias en las que la ayuda estatal demoraba en desplegarse.
Las pérdidas económicas y en vidas han sido de grandes proporciones. Frente a ello, es necesario advertir dos aspectos cruciales.
Uno es el relacionado a la autoconstrucción popular, que toma varios años completarla, carente con frecuencia de asistencia ingenieril, lo que incrementa la vulnerabilidad de las construcciones. Por lo tanto, es un aspecto clave que la educación técnica y la extensión educativa a actuales operarios y maestros de obras llegue efectivamente a incorporar técnicas sencillas antisísmicas, sea ladrillo o adobe el material utilizado.
El otro aspecto crucial es la calidad del suelo. En una costa con tantos ríos secos (varios de ellos discurren fuertemente durante El Niño), como también de zonas bajas con presencia de humedales en donde ha habido cierta expansión urbana (Chorrillos, Chancay, Huacho, Pisco, Huarmey, Barranca y Chimbote) cercana a ellos, la magnitud de los sismos se amplifica. Parte importante de los derrumbes en Pisco, tambo de Mora y Chincha se ha debido a la calidad de los suelos, los cuales han colapsado por el peso de las estructuras construidas sobre ellos.
De manera que el riesgo de un desastre similar o mayor al de Ica está latente. El sentido de la prevención y la reducción de la vulnerabilidad en donde sea posible serán gravitantes en el número de víctimas, el monto de los daños y en la legitimidad política de los gobernantes locales, regionales o nacionales, especialmente (y por desgracia) luego del desastre.
Un gran lastre en todo sentido es el desmedido interés de corto plazo, que prioriza lo que se concrete en el mismo periodo de su mandato, sea del nivel que fuere. Aun cuando el Estado está más descentralizado y se cuenta con más recursos, en especial en los niveles locales y regionales, es imperativo, ante la magnitud de la exposición tanto por un Niño de magnitud como por un sismo destructor, avanzar en esquemas preventivos que permitan afrontar a la naturaleza.
Nota Acerca del Fenómeno de La Niña
El Fenómeno de La Niña, conocido antes como ‘anti-Niño’, es un acontecimiento inverso. Es decir, en el pacífico tropical predominan aguas más frías que las normales y son más fuertes los vientos que impulsa esta agua. Ello a su vez intensifica los afloramientos de movimientos de agua verticales en las costas peruanas y chilenas.
Bastante menos conocido, no hay un sistema de clasificación para dicho fenómeno. Actualmente estamos ante una de las Niña más largas e intensas que se tenga registro en el país. La gráfica adjunta obtenida de IMARPE [4] da cuenta de las anomalías de la temperatura del mar respecto del promedio normal para la época del año. Nótese también la larga predominancia de valores negativos (más frías) en los últimos años.
Sus impactos, son, en términos generales, contrarios a los del Niño.
Así por ejemplo, al enfriarse las aguas costeras más de lo normal, se amplía el área de distribución de la anchoveta. Asimismo, se venden más prendas de vestir y aparatos de calefacción. Varios cultivos de la costa (por ejemplo, el olivo) han florecido con vigor, así como la loma de Lachay, que desbordó la Panamericana Norte en esta ocasión.
La Niña también implica menos lluvias en la costa central del país, aunque ha habido mayores precipitaciones en el lado oriental de los andes y lluvias en la costa sur, así como el friaje en las partes altas de la sierra sur. Los ríos de la parte central de la costa han tenido hasta entrado enero, menos caudal que el promedio para la estación.
No se tiene certeza cuán vinculados están en la generación de uno el desarrollo del otro. Es decir, si después de un Niño viene una Niña, no necesariamente de la misma intensidad, o viceversa.(Actualidad Ambiental)
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